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Escuchamos permanentemente que el conflicto palestino-israelí es complejo de entender. Que es bíblico, que es religioso, que los musulmanes no quieren convivir con los judíos y los cristianos, que criticar al Estado de Israel es antisemita y, en fin, un sinnúmero de palabrejas. Pero la cosa es más simple que lo que se nos cuenta: es un conflicto colonial, donde hay un Estado opresor y un pueblo oprimido. Y hoy día Israel controla el aire, el suelo, el subsuelo y el agua de toda la Palestina Histórica.
Tras años de un intenso lobby sionista, que incluso usó
las muertes del holocausto para cobrar monetaria y éticamente a las
potencias europeas el derecho del “pueblo judío” (visto desde la
perspetiva de los judíos europeos) de tener un Estado propio, una
resolución de la Organización de Naciones Unidas ordenó la “partición”
de Palestina. Supuestamente, una parte iba a ser para los palestinos, la
otra para los judíos. El año 1948, paralelo a la Declaración de
Independencia de Israel, más de 800 mil palestinos fueron expulsados,
iniciándose Al-Nakba (la catástrofe palestina).
Después de la
guerra de 1967 (que enfrentó a Israel con Egipto, Jordania, Irak y
Siria), Palestina comenzó a quedar más sola entre sus vecinos, por lo
que, tras años de colonización, represión, apropiación, construcción de
asentamientos ilegales por parte de Israel en un proceso paralelo de
limpieza étnica y apartheid, se gestó la primera Intifada que se alzó en
1987.
Con métodos que evidenciaron la brutal disparidad que
existía entre las piedras palestinas y los tanques israelíes en el campo
de batalla, la Intifada de las Piedras logró que Israel reconociera al
pueblo palestino y sus territorios.
La primera Intifada declinó
cuando se anunciaron las primeras negociaciones que terminaron en los
Acuerdos de Oslo. El mítico líder palestino, Yásser Arafat, lograba
ponerse en la mesa de negociación con Israel, mostrando una primera
dislocación entre el movimiento popular y las cúpulas partidarias. El
resultado de las negociaciones fue un tongo, pues concluyeron a mitad de
los años 90 dejando como saldo la perpetuación del régimen de expansión
israelí en territorio palestino, con una vaga promesa de que en un
futuro los palestinos tendrían su propio Estado.
Cinco años
después, ante nuevas negociaciones entre las cúpulas, otro alzamiento
popular cambió el escenario. La Intifada de Al Aqsa se había gestado
tras años de represión, ocupación, colonización y construcción de
asentamientos israelíes en territorio palestino. En paralelo, las
negociaciones de Camp David, fracasaban pues Israel no reconocía el
derecho de retorno de los palestinos de la diáspora.
Bastó que
en Jerusalén, el entonces líder de la oposición israelí, Ariel Sharon
-quien después fuera primer ministro de Israel-, hiciera una visita
provocativa el año 2000 a la Mesquita de Al Aqsa para que se desatara de
inmediato la protesta popular de grupos musulmanes, pero que se
extendió rápidamente de manera general entre los palestinos.
En
esta segunda Intifada, los palestinos hicieron estallar bombas y otros
armamentos de guerrilla, hechos que la propaganda sionista terminó por
utilizar para justificar la construcción del muro del apartheid que
tiene más de ocho metros de altura y que de paso va corriendo la
inexistente frontera que Israel crea de facto expandiendo su territorio.
Luego de tres años de arresto domiciliario, Arafat murió envenenado en
noviembre de 2004. Tras su gigantesco funeral, se evidenció que la
promesa del Estado Palestino había sido una quimera, y que se había
consolidado el régimen israelí por sobre el palestino. Junto a Arafat,
la idea de un Estado Palestino había muerto.
Nace una nueva herramienta de lucha
Pero pese a la desolación palestina, lejos de victimizarse al estilo
del sionismo con el Holocausto, el pueblo palestino levantó una nueva
estrategia de resistencia amparada en el Derecho Internacional. Ahora,
con métodos punitivos pero no violentos el objetivo es presionar a
Israel a que cumpla con tres derechos básicos que le debe al pueblo
palestino, específicamente: a) el derecho al retorno de los refugiados,
b) que otorgue igualdad de derechos civiles a la población palestina que
vive al interior de Israel, y c) que cumpla con el Derecho
Internacional y las innumerables resoluciones de la ONU, es decir, que
cese la ocupación ilegal de palestina y desmantele el muro del
apartheid.
La Campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones a
Israel (BDS) nació el año 2005 en el seno del pueblo palestino, y en más
de diez años de resistencia no violenta, ha logrado corroer a Israel
poco a poco. Tanto así que primero lo consideraron como una amenaza
estratégica contra el Estado israelí, y luego, en noviembre del año 2015
abrieron un ministerio dirigido a frenar el BDS con un presupuesto de
26 millones de dólares.
El BDS ha sido fundamental para
acompañar al pueblo palestino en la lucha por su liberación, y pese a lo
que dice la propaganda sionista, esta campaña no es contra las
personas, ni académicos, ni políticos, ni artistas, menos contra judío
alguno, ni tampoco es antisemita. Más bien apunta a cortar los vínculos
que se mantienen con el Estado de Israel como si fuera normal
relacionarse con un opresor o con quien viola los derechos humanos. Pero
también a presionar a que quienes tengan relación, tomen una posición
clara respecto al pueblo palestino.
Hace varios años que en
Chile venimos difundiendo esta campaña y funando a instituciones que
promueven artistas, académicos y/o científicos financiados por el Estado
de Israel. Algunos espacios culturales que han sido utilizados por la
propaganda israelí han sido el Centro Cultural Gabriela Mistral, el
Teatro Municipal o el Centro Cultural Palacio de La Moneda, entre otros.
Pero también la Universidad Católica de Chile y, ahora último, el
DuocUC. Este año Israel pretendía presentarse impunemente como “el
Modelo” en gestión hídrica y sustentable en un seminario financiado y
organizado por un programa de su Ministerio de Economía que promueve la
desalinización del agua de mar y tecnología para mejorar la gestión
hídrica en la agricultura. Además, estaba apoyado por el gobierno
chileno y la Sociedad Nacional de Agricultura -sí, los mismos que
apoyaron la protesta de los camioneros y que buscan la paz en la
Araucanía-. Es decir, el modelo colonizador basado en robar el desierto
del Néguev, desalinizar agua de mar y luego enverdecer el territorio y
alimentar a la población traída de afuera, ahora lo querían presentar a
los chilenos como la solución a los problemas de la sequía… ¿quizás para
que terminen de despojar al pueblo mapuche?
En la ocasión, la
adhesión de más de 40 organizaciones ligadas a la defensa territorial y
ambiental además de algunas propalestinas en Chile, así como la
importante decisión del Movimiento Social por la Recuperación del Agua y
la Vida de apoyar la iniciativa de denuncia de lavado de imagen
israelí, fue clave para quitarle una vez más el piso a este tipo de
estrategias que buscan profundizar la sobreexplotación de los bienes
comunes y la naturaleza por medio de lo que se conoce como “las falsas
soluciones” ambientales.
Solo como ejemplo de que efectivamente
Israel intentaba “enverdecer” su imagen, es que ya en 1937 (diez años
antes de la creación del estado de Israel) se había creado la empresa
nacional de aguas israelí, Mekorot, evidenciando la necesidad de
controlar los recursos hídricos para el proceso de colonización. Esta
misma empresa, cuestionada por organismos internacionales por hacer un
“apartheid del agua” al pueblo palestino, ha estado rondando a las
autoridades de Quillota y la Región de Valparaíso ofreciendo asesorías
o, directamente, negocios, ante la grave sequía que afecta la zona.
Como botón de muestra del manejo hídrico israelí es la situación que se
vive en Ramallah, ya que allí mientras los colonos israelíes acceden a
300 litros de agua per cápita, los palestinos no pueden consumir más de
70, treinta menos que los recomendados por la Organización Mundial de la
Salud. Es más, desde 1967 ningún palestino ha podido construir su
propio pozo, pese a que el año 2011 el ejército israelí demolió 89
estructuras palestinas de abastecimiento y almacenaje de agua. Y en
Gaza, donde el bloqueo israelí es total, el 95% del agua no es apta para
consumo humano porque tiene un alto contenido de minerales y
contaminantes, por lo que el 26% de las muertes de los gazatíes está
relacionada con los problemas de abastecimiento hídrico y las
enfermedades que eso trae consigo.
Represión garantizada para otros proceso de colonización
Por eso, hemos insistido reiteradamente en que este conflicto
colonizador israelí no está allá lejos en Palestina, sino que está acá
pasando entre nosotros, estudiantes, ambientalistas, mujeres, mapuche,
trabajadores, funcionarios, académicos, personas comunes y corrientes.
Eso es lo que nos enseña el BDS, que hay vínculos locales que
desmantelar con un régimen opresor acá al lado nuestro. De hecho, mucho
del armamento que la policía chilena usa para reprimir al pueblo mapuche
y a los estudiantes y trabajadores, ya ha sido probado en las
incursiones militares israelíes en Gaza. Incluso, los drones que son
probados en población palestina son más caros, están mejor considerados y
tienen la garantía de ser efectivos, justamente por haber demostrado
una gran destreza en el cielo de la cárcel a cielo abierto más grande
del mundo que hoy es Gaza. Por eso también hemos denunciado el paso del
Buque Escuela Esmeralda por puertos israelíes instando a cortar con los
lazos en el negocio de las armas.
Por otro lado, la empresa de
celulosa CMPC de la familia Matte produce Celulosa Kraft de eucaliptus
en su planta Santa Fe ubicada en Nacimiento, región del Bio Bio, desde
donde se envía principalmente al puerto de Lirquén. Desde ahí se embarca
directo al puerto de Haifa en Israel exportando, según datos del año
2012, unos 29 millones de dólares equivalentes al 58% de las
exportaciones de Chile a Israel.
Eso además de que mucha de la
tecnología para mejorar la gestión hídrica que hoy se usa en la
agricultura, fue creada para “re-poblar” el territorio de la Palestina
Histórica. Obviamente, habría que ponerle ojo al proyecto de Bachelet de
poner plantas desalinizadoras de agua de mar en cada región chilena
para abastecer a la población (¡y no a la industria!) debido a la
escasez hídrica que nos afecta de norte a sur, pues dicen que los
maestros de esta tecnología se encuentran desarrollando tecnología al
amparo del Estado de Israel para su proceso de colonización.
Finalmente, en Limache la bandera palestina flameó junto al movimiento
Libres de Alta Tensión manifestándonos en contra de la generadora de
energía israelí, IC Power, y así evitar de paso, la construcción del
proyecto Cardone-Polpaico, el nuevo Hidroaysén que se configura desde
Valparaíso hasta Atacama.
Se inició el boicot académico
Pero si hay algo en que realmente podemos decir que estamos avanzando,
es en convocar a la comunidad de la Universidad de Chile, tanto a los
estudiantes, como a los funcionarios académicos y no académicos, a
adherir a esta campaña por los derechos humanos. Esto quiere decir, por
un lado, cortar los vínculos que existen entre la Casa de Bello y las
universidades israelíes que apoyan el régimen de apartheid, y por otro,
apoyar la lucha del pueblo palestino en su proceso de liberación.
La mecha se encendió en la Facultad de Derecho con una manifestación en
repudio a la conferencia del embajador israelí en Chile titulada
“Israel en la ONU” que se mantenía en estricta reserva hasta unos días
antes. Pese a la represión que se vivió al interior de la Universidad a
vista y paciencia de algunos académicos, el BDS entró liberando espacios
de discusión respecto de Israel, el pueblo palestino y el propio BDS
como método de lucha que se prolongó durante meses, incluso con una
votación de los estudiantes rechazando otra venida de algún
representante de Israel.
Es que cuando se levanta la voz por el
pueblo palestino, se suele incomodar, porque es una situación que ya
parece demasiado normal. Sin embargo, los argumentos caen siempre a
favor del oprimido.
Por eso, el BDS convoca a palestinizar las
luchas, pero no desde “lo palestino”, sino desde la universalidad que
representa la lucha por la vida. Si bien, el pueblo palestino enseña que
vivir sin Estado es posible, también nos muestra cómo sostener una
bandera por sobre los muros de la opresión.

Javier Karmy, integrante del Grupo de Acción por Palestina (GAP)
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