lunes, 9 de febrero de 2015

El horror se llama Hebrón


Mario Vargas Llosa 

Muro instalado en una calle de Hebrón para proteger a los colonos donde una pintada dice: "Muerte a los árabes".
El acoso permanente que padecen los árabes en Hebrón por parte de los colonos judíos ha convertido esta ciudad en la imagen de la desolación y el dolor. Mario Vargas Llosa narra en este nuevo capítulo las penalidades de los palestinos que, a pesar de todo, permanecen en este lugar cargado de historia.


Hebrón, ciudad palestina de unos 130.000 habitantes árabes y 500 colonos judíos, está sólo a 36 kilómetros de Jerusalén, pero llegar a ella es una aventura de contornos kafkianos, que puede durar muchas horas. El mapa indica que hay varias entradas posibles a Hebrón, pero, en la realidad, muchas de esas entradas están clausuradas con grandes piedras o altos de basura o con barreras militares, en las que, como en el juego infantil de "el paraíso" ("¿Es aquí el paraíso?". "No, en la otra esquina") los soldados de guardia, muy amables, despachan al automovilista a otro checkpoint diez o veinte kilómetros más allá que, por supuesto, resulta también cerrado. Después de un par de horas de este juego deprimente optamos por intentar algo que parecía improbable: llegar a la ciudad cruzando por el asentamiento de Kiryat Arba. Lo conseguimos gracias a la aptitud persuasiva del novio de mi hija Morgana, que nos acompañaba y que es judío y habla hebreo.
El asentamiento de Kiryat Arba, con sus elegantes edificios y avenidas arboladas, almacenes, farmacias, jardines y casitas primorosas, todo de una limpieza inmaculada, da la impresión de ser uno de esos suburbios estadounidenses para gente muy próspera y no un lugar que está en el corazón del más tenso y conflictivo rincón del Medio Oriente. Hebrón, en cambio, es la imagen de la desolación y el dolor. Hablo del llamado sector H-2, la parte más antigua de esta antiquísima ciudad -una quinta parte del total-, que está aún bajo control militar de Israel y donde se hallan incrustados los cuatro asentamientos donde viven unos quinientos colonos. En esta zona se halla uno de los lugares más santos para el Judaísmo y el Islam, la llamada Tumba de los Patriarcas, donde, en febrero de 1994, el colono Baruch Goldstein ametralló a los musulmanes que allí oraban, matando a 29 e hiriendo a varias docenas más.

Es para proteger a estos colonos que toda la zona está erizada de barreras, campamentos y puestos militares y recorrida por patrullas israelíes. Pero, tal como van las cosas, esa movilización será dentro de poco bastante innecesaria porque ese sector de Hebrón, donde se lleva a cabo una sistemática limpieza étnica o religiosa, quedará sin vecinos árabes. Su mercado es varias veces centenario y, al parecer, cuando las tiendas estaban abiertas y acudían compradores era tan multicolor, variado y atestado como el de Jerusalén. Ahora está vacío y con las puertas de todos los comercios selladas. Recorriéndolo, uno se siente en el limbo. Y también cuando camina por las desiertas calles de los contornos, con todas las fachadas clausuradas con placas metálicas y en cuyos techos se divisan de tanto en tanto puestos militares. Las paredes de todo este barrio semivacío están llenas de inscripciones racistas "Muerte a los árabes" y también de insultos y amenazas a Sharon, por la desactivación de Gaza. Frente al cementerio hay una inscripción homicida: "Sharon: Rabin te espera aquí".

 El periodista Gideon Levy, del diario Haaretz -un magnífico periodista y un excelente diario, por lo demás- a quien conocí mientras recorría Hebrón, señala en un artículo del 11 de septiembre que en los últimos cinco años unos 25.000 residentes han sido erradicados de sus hogares en la zona H-2 de la ciudad. Y sólo en el barrio de Tel Rumeida, donde está el asentamiento de este nombre, de las 500 familias árabes que allí residían quedan apenas 50. Lo extraordinario es que éstas no se hayan marchado todavía, sometidas como están a un acoso sistemático y feroz de parte de los colonos, que las apedrean, arrojan basuras y excrementos a sus casas, montan expediciones para invadir sus viviendas y destrozarlas, y atacan a sus niños cuando regresan de la escuela, ante la absoluta indiferencia de los soldados israelíes que presencian estas atrocidades. Nadie me lo ha contado: yo lo he visto con mis propios ojos y lo he oído con mis propios oídos de boca de las mismas víctimas. Y tengo en mi poder un vídeo donde se ve la espeluznante escena de niños y niñas del asentamiento de Tel Rumeida apedreando y pateando a los escolares árabes y sus maestras de la escuela "Córdoba" (Qurtaba), del barrio, quienes, para protegerse unos a otros, regresan a sus hogares en grupo en vez de hacerlo de manera individual. Cuando comenté esto con amigos israelíes, algunos me miraron con incredulidad y vi en sus ojos la sospecha de que yo exageraba o mentía, como suelen hacer los novelistas. Ocurre que ninguno de ellos pisa jamás Hebrón ni tampoco lee a Gideon Levy, a quien consideran el típico judío "judeófobo y antisemita".

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