Mario Vargas Llosa
Muro instalado en una calle de Hebrón para proteger a los colonos donde una pintada dice: "Muerte a los árabes". |
El acoso permanente que padecen los árabes en
Hebrón por parte de los colonos judíos ha convertido esta ciudad en la
imagen de la desolación y el dolor. Mario Vargas Llosa narra en este
nuevo capítulo las penalidades de los palestinos que, a pesar de todo, permanecen en este lugar cargado de historia.
Hebrón, ciudad palestina de unos 130.000 habitantes árabes y 500
colonos judíos, está sólo a 36 kilómetros de Jerusalén, pero llegar a
ella es una aventura de contornos kafkianos, que puede durar muchas
horas. El mapa indica que hay varias entradas posibles a Hebrón, pero,
en la realidad, muchas de esas entradas están clausuradas con grandes
piedras o altos de basura o con barreras militares, en las que, como en
el juego infantil de "el paraíso" ("¿Es aquí el paraíso?". "No, en la
otra esquina") los soldados de guardia, muy amables, despachan al
automovilista a otro checkpoint diez o veinte kilómetros más
allá que, por supuesto, resulta también cerrado. Después de un par de
horas de este juego deprimente optamos por intentar algo que parecía
improbable: llegar a la ciudad cruzando por el asentamiento de Kiryat
Arba. Lo conseguimos gracias a la aptitud persuasiva del novio de mi
hija Morgana, que nos acompañaba y que es judío y habla hebreo.
El asentamiento de Kiryat Arba, con sus elegantes edificios y
avenidas arboladas, almacenes, farmacias, jardines y casitas primorosas,
todo de una limpieza inmaculada, da la impresión de ser uno de esos
suburbios estadounidenses para gente muy próspera y no un lugar que está
en el corazón del más tenso y conflictivo rincón del Medio Oriente.
Hebrón, en cambio, es la imagen de la desolación y el dolor. Hablo del
llamado sector H-2, la parte más antigua de esta antiquísima ciudad -una
quinta parte del total-, que está aún bajo control militar de Israel y
donde se hallan incrustados los cuatro asentamientos donde viven unos
quinientos colonos. En esta zona se halla uno de los lugares más santos
para el Judaísmo y el Islam, la llamada Tumba de los Patriarcas, donde,
en febrero de 1994, el colono Baruch Goldstein ametralló a los
musulmanes que allí oraban, matando a 29 e hiriendo a varias docenas
más.
Es para proteger a estos colonos que toda la zona está erizada de
barreras, campamentos y puestos militares y recorrida por patrullas
israelíes. Pero, tal como van las cosas, esa movilización será dentro de
poco bastante innecesaria porque ese sector de Hebrón, donde se lleva a
cabo una sistemática limpieza étnica o religiosa, quedará sin vecinos
árabes. Su mercado es varias veces centenario y, al parecer, cuando las
tiendas estaban abiertas y acudían compradores era tan multicolor,
variado y atestado como el de Jerusalén. Ahora está vacío y con las
puertas de todos los comercios selladas. Recorriéndolo, uno se siente en
el limbo. Y también cuando camina por las desiertas calles de los
contornos, con todas las fachadas clausuradas con placas metálicas y en
cuyos techos se divisan de tanto en tanto puestos militares. Las paredes
de todo este barrio semivacío están llenas de inscripciones racistas
"Muerte a los árabes" y también de insultos y amenazas a Sharon, por la
desactivación de Gaza. Frente al cementerio hay una inscripción
homicida: "Sharon: Rabin te espera aquí".
El periodista Gideon Levy, del diario Haaretz -un magnífico
periodista y un excelente diario, por lo demás- a quien conocí mientras
recorría Hebrón, señala en un artículo del 11 de septiembre que en los
últimos cinco años unos 25.000 residentes han sido erradicados de sus
hogares en la zona H-2 de la ciudad. Y sólo en el barrio de Tel Rumeida,
donde está el asentamiento de este nombre, de las 500 familias árabes
que allí residían quedan apenas 50. Lo extraordinario es que éstas no se
hayan marchado todavía, sometidas como están a un acoso sistemático y
feroz de parte de los colonos, que las apedrean, arrojan basuras y
excrementos a sus casas, montan expediciones para invadir sus viviendas y
destrozarlas, y atacan a sus niños cuando regresan de la escuela, ante
la absoluta indiferencia de los soldados israelíes que presencian estas
atrocidades. Nadie me lo ha contado: yo lo he visto con mis propios ojos
y lo he oído con mis propios oídos de boca de las mismas víctimas. Y
tengo en mi poder un vídeo donde se ve la espeluznante escena de niños y
niñas del asentamiento de Tel Rumeida apedreando y pateando a los
escolares árabes y sus maestras de la escuela "Córdoba" (Qurtaba), del
barrio, quienes, para protegerse unos a otros, regresan a sus hogares en
grupo en vez de hacerlo de manera individual. Cuando comenté esto con
amigos israelíes, algunos me miraron con incredulidad y vi en sus ojos
la sospecha de que yo exageraba o mentía, como suelen hacer los
novelistas. Ocurre que ninguno de ellos pisa jamás Hebrón ni tampoco lee
a Gideon Levy, a quien consideran el típico judío "judeófobo y
antisemita".
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