análisis I hipocresía y cinismo
Europa está acostumbrada a tirar gente al mar, al igual que hizo durante siglos de esclavitud.
Frente a la hipocresía y la indiferencia, apetece y hasta se impone ser
un poco demagógicos. Digamos la verdad: Europa está acostumbrada
a tirar gente al mar. Lo hizo durante siglos en el marco del
rentabilísimo comercio de esclavos del que participaron todas las
grandes naciones que dan hoy lecciones de humanidad y democracia al
resto del mundo. El antropólogo Fernando Ortiz recordaba en uno de sus
libros la cifra: en 1825 se calculaba que cada año los negreros
clandestinos arrojaban al océano 3.000 esclavos vivos, bien para escapar
de las patrullas, bien para desprenderse de la mercancía defectuosa.
Muchos más habían muerto antes, durante el acarreo por el continente
africano o durante la espera en los barracones del puerto.
En 1818, cuando se prohibió el tráfico al tiempo que se mantenía la
esclavitud (¡igual que hoy!), el muy católico rey español Fernando VII
justificaba la medida diciendo que ya no hacía falta trasladar a América
a los africanos para civilizarlos porque la empresa colonial iba a
ocuparse de civilizarlos en sus propios países de origen. Seguimos
civilizándolos en sus países de origen, seguimos seleccionando mano de
obra barata, seguimos prohibiendo el tráfico y seguimos arrojándolos al
mar.
La gran escritora negra Toni Morrison emitió hace años el veredicto:
“No puedes hacer eso durante cientos de años y no pagar un peaje. (Los
europeos) tenían que deshumanizar no sólo a los esclavos, sino a sí
mismos. Tenían que reconstruir todo para hacer que el sistema pareciera
verdadero. Hizo que todo fuera posible en la segunda guerra mundial.
Hizo que la primera guerra mundial fuera necesaria. Racismo es la
palabra que utilizamos para englobar todo esto”. Lo que el teólogo
alemán Franz Hinkellammert llama con razón “genocidio estructural” se
inscribe en una larga enfermedad europea que nos ha podrido el alma
hasta el punto de que podemos empujarlos al mar y luego irnos a Malta en
un crucero.
Son más de mil muertos en una semana; más de 20.000 en los últimos 15
años. Cifras parciales, engañosas, que no censan el fondo de los mares.
No estoy dispuesto a negar la responsabilidad de los traficantes que
explotan la desesperación de los humanos; tienen la misma que los
negreros del siglo XIX y mantienen con el sistema neocolonial europeo la
misma relación de dependencia y funcionalidad. Tampoco estoy dispuesto a
negar la responsabilidad de los que alquilan un centímetro de azar en
estas barcas de Caronte. Hasta el más desgraciado de los humanos puede
decidir su destino; pero hasta el más desgraciado de los humanos tiene
derecho a elegir un destino mejor sin jugarse la vida. ¿De qué son
responsables? Su crimen, como dice Juan Goytisolo, es “su instinto de
vida y el ansia de libertad”, ese átomo de libertad que emplean en huir
de la guerra o de la miseria y en reivindicar su derecho a desplazarse, a
trabajar, a existir sin pedir limosnas o disculpas.
Hemos visto la respuesta de nuestros gobiernos y nuestros políticos.
Hay dos. Una, la hipocresía: se lamentan las muertes y se exhibe
contrición mientras se refuerza Frontex y la operación Tritón; es decir,
mientras se multiplican los medios, como Fernando VII, para “civilizar”
en origen a los africanos y destruir las barcas de los traficantes. Ya
sabemos lo que eso significa y las consecuencias que traerá: apoyar
dictaduras y justificar intervenciones que generarán más frustración,
más miseria, más guerras, más yihadismo, en un circuito de
retroalimentación del que sólo se benefician los más poderosos, los más
ricos y los más injustos.
La otra respuesta es el cinismo de los partidos e intelectuales de
ultraderecha que echan levadura a la enfermedad europea con un desprecio
explícito hacia esos miles de personas que, según la propaganda de la
Liga Norte, buscarían unas “vacaciones pagadas” en Europa y por los que
no debemos sentir ninguna piedad o consideración.
Los cínicos al menos no mienten. Porque cinismo e hipocresía forman
parte del mismo sistema y se retroalimentan. La hipocresía, con sus
leyes migratorias, nutre el cinismo de los otros y acabará por poner los
gobiernos europeos en sus manos. Históricamente ha sido siempre así:
los hipócritas, con tal de no hacer lo que dicen, acaban cediendo el
poder a los cínicos y sus crímenes desnudos. Los “civilizados europeos”
han sido siempre la antesala de nuestros propios bárbaros. ¿No hay
ninguna alternativa a la hipocresía y el cinismo? Es así de simple: o
Declaración de los Derechos Humanos o declaración de guerra. Nos guste o
no, van a seguir viniendo. ¿Por qué –por qué– nos gustamos tanto?
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