Matando en Gaza, salvando en Nepal
Israel no necesita hacer todo el camino hasta Katmandú para salvar vidas; sería suficiente con que levantara el sitio que impone a una hora en coche de Tel Aviv y permitiera que Gaza sea reconstruida.
El uniforme es el mismo
uniforme. Es el uniforme cuyos portadores bombardearon cientos de casas,
escuelas y clínicas en Gaza el verano pasado. Es el uniforme cuyos
portadores periódicamente disparan a adolescentes y niños que tiran
piedras y a quienes marchan pacíficamente en Cisjordania ocupada. Es el
uniforme que cada noche invade hogares con brutalidad y saca a la gente
de su cama, a menudo por arrestos innecesarios y políticamente
motivados. Es el uniforme que bloquea la libertad de movimiento de las
personas en su propia tierra. Es el uniforme que ha abusado de un pueblo
entero por décadas.
Ahora sus portadores están salvando vidas
para las cámaras. El malvado ejército para los palestinos se ha
convertido en el ejército de salvación en Nepal.
Los rescatistas
israelíes en Nepal ciertamente están infundidos de buenas intenciones.
Entre ellos, los soldados reservistas dijeron que dejaron todo para
unirse a este esfuerzo. Son sin duda buenas personas que se alistaron
para ayudar a israelíes y nepalíes. Es muy conmovedor ver a un bebé
prematuro ser cargado sano y salvo por un soldado del ejército israelí.
Pero
no podemos olvidar que usando ese mismo uniforme, el ejército israelí
mata bebés por docenas: un informe de B’Tselem publicado la semana
pasada enumera 13 casos de viviendas que fueron voladas en Gaza, matando
a 31 bebés y 39 niños y niñas. El que hizo eso a decenas de bebés tiene
que tener una dosis intolerable de descaro para atreverse a ser
fotografiado con un bebé rescatado de un terremoto y jactarse de su
humanitarismo.
Porque después de todo, esto es cuestión de
jactancia. Eso es un hecho. Vamos a mostrarnos a nosotros mismos, y en
particular el resto del mundo, lo maravillosos que somos, cómo el
ejército israelí es verdadera y absolutamente el más moral del mundo.
“¿Han
visto algún avión de rescate iraní?”, preguntó un propagandista
disfrazado ayer. “Un Estado modelo”, “El hermoso Israel”, “La bandera de
Israel entre las ruinas”, “El orgullo”. “Nuestra delegación de ángeles
abnegados representa los valores universales de nuestro pueblo y nuestro
país”, dijo el presidente. “Ellos son el verdadero rostro de Israel: un
país preparado para ayudar a cualquier distancia en tales
circunstancias”, dijo el primer ministro.
¿Ángeles abnegados? ¿El
verdadero rostro del país? Tal vez. Pero ese rostro angelical también
tiene un oscuro lado satánico, uno que no sólo salva bebés, sino que los
mata. Cuando ese es el caso, no se puede hablar de “valores
universales”. No se puede hablar en absoluto de valores. Simplemente no
hay derecho a hacerlo. ¿Avigdor Lieberman, el matón que pide a cada rato
bombardear y destruir, hablando de humanitarismo?
Hay países que
no mandan a Nepal una ayuda tan generosa como la de Israel; pero no hay
un solo país comportándose con tal hipocresía —matando en Gaza y
salvando en Nepal— y presentándose a sí mismo como la Madre Teresa. No
hay ningún otro país que explote tanto cada oportunidad para hacerse
propaganda y mostrarse hasta la náusea embadurnado de vergonzosa
autoadulación.
Hay bebés que mueren en los depósitos de niños de
la estación central de autobuses de Tel Aviv, no por razones de fuerza
mayor, sino debido a una despiadada política de inmigración. El ejército
israelí no está salvando a esos bebés. En Gaza hubo un terremoto
durante la operación Borde Protector; los escombros no han sido
removidos hasta el día de hoy, y la mayoría de los que perdieron sus
hogares permanecen sin techo. Todo el que ha visitado Gaza recientemente
ha sido sacudido en lo más profundo de su ser. Y ese terremoto fue
hecho por el hombre: fue el trabajo del ejército israelí; el mismo que
está en Nepal.
Israel no necesita hacer todo el camino hasta
Katmandú para salvar vidas; sería suficiente con que levantara el sitio
que impone a apenas una hora en coche desde Tel Aviv y permitiera que
Gaza sea reconstruida. Sería suficiente con darle a los dos millones de
personas que viven allí un poco de libertad. Sería suficiente con
decidir que en el próximo ataque —que será inevitable— el ejército
actuará de manera diferente; que ese mismo ejército que hoy está abocado
al rescate no cometa más crímenes de guerra. Que respete el derecho
internacional, y tal vez incluso esos “valores universales” en los que
Israel se regodea ahora. Que ese mismo ejército que ahora está abrazando
bebés no bombardee hogares con bebés adentro.
Pero todo esto, por
supuesto, es mucho más difícil que mandar un 747 a Katmandú y montar el
hospital de campaña más grande y mejor equipado posible en frente del
ejército de periodistas, y aplaudir al hermoso, virtuoso y moral Israel.
Fuente original: http://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.654183
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