"Un pueblo que está seguro de su causa respeta los sentimientos de la
minoría en lugar de tratar de atropellar su legado y su memoria. Un
pueblo que sabe que algo terrible arde debajo de sus pies considera
todas las referencias de lo sucedido una amenaza existencial."
Haaretz
Traducido del inglés para Rebelión por J. M. |

Ali Abu Jabal, refugiado palestino de 73 años, habitante de
Jenin, en la Ribera Occidental, sentado delante de un nural de Tierra Santa.
Tenía 7 años cuando, junto a sus padres, dejó la ciudad de Jaifa, durante la
Nakba. (Foto AP)
El
Estado de Israel debería inclinar la cabeza el día de la Nakba.
Inclinarla en solidaridad y en participación de la tragedia de una
quinta parte de sus ciudadanos. Inclinar la cabeza como muestra de
aceptación de su responsabilidad en su desgracia. Inclinar la cabeza
para pedir disculpas por lo sucedido.
Mañana es el día de la
tragedia del pueblo palestino, el día de recordar a sus víctimas, sus
pueblos y las tierras perdidas, el día de la Nakba. No hace falta ser
palestino para identificarse con su dolor, también se puede ser israelí
judío, incluso sionista, y honrar a aquellos para quienes el día de
nuestra la independencia es el día de su tragedia. No hay necesidad de
adoptar la narrativa palestina para reconocer que una terrible tragedia
golpeó a la población nativa.
Es posible respetar el dolor del
otro, del cual no hay ninguna duda histórica. Y para ser honrado y
valiente también hay que preguntarse: ¿Alguna vez el Estado de Israel se
redimió por lo que hizo, con intención o por accidente, de forma
deliberada o por falta de elección, en 1948? ¿Alguna vez dejó la
política que causó la Nakba? ¿No sigue siendo la misma política de
despojo, ocupación, opresión, destrucción y expulsión, que continúa
hasta hoy, 67 años después de 1948 y 48 años después de 1967?
El día de la Nakba se supone que es un día de conmemoración nacional,
incluso si se trata de una minoría, así como las fiestas de Mimouna,
Saharna y Sigd -que se declararon oficialmente días festivos- son
patrimonio de otras minorías. Deberían sonar las sirenas y celebrar
servicios conmemorativos en las ciudades palestinas del Estado y
transmitir programas especiales en la televisión para todos.
Por supuesto esto es solo una ilusión: durante un recorrido que hicieron
algunos embajadores esta semana en emisiones de la Radio del Ejército,
una mujer occidental diplomática preguntó de buena fe si la emisora
también transmite la música árabe popular. Los anfitriones pensaron que
se había caído de la luna. De la luna también se han caído quienes
pensaron que Israel debería conmemorar el día de la Nakba. Se les
considera traidores…
Pero la verdad es que no hay una prueba
más clara de la inseguridad de Israel sobre la justicia de su causa que
la guerra librada para prohibir la Nakba. Un pueblo que está seguro de
su causa respeta los sentimientos de la minoría en lugar de tratar de
atropellar su legado y su memoria. Un pueblo que sabe que algo terrible
arde debajo de sus pies considera todas las referencias de lo sucedido
una amenaza existencial.
Israel comenzó su guerra contra la
Nakba al día siguiente de producirse. No sólo no permitió que los
refugiados regresen a sus hogares y sus tierras, sino que también
confiscó sus propiedades abandonadas, destruyó casi todas las 418 aldeas
por premoniciones, las cubrió de árboles plantados por el Fondo
Nacional de Tierras y evitó cualquier mención de su existencia.
El concepto primitivo era que se podía borrar la memoria de un pueblo
con los árboles, con la ley para suprimir el dolor y la conciencia por
la fuerza. El país de los monumentos prohibió cualquier monolito en
recuerdo de la tragedia. El país de las conmemoraciones y el regodeo con
el dolor les prohíbe hacer el duelo. Cada árabe que lleva una llave
oxidada es considerado un enemigo, cualquier señal que remita a un
pueblo destruido es una abominación.
Pero no sólo no hay
justicia aquí, tampoco hay ningún beneficio. Mientras Israel intenta
reprimir la memoria ésta se intensifica. La Unión Soviética trató de
hacer lo mismo con los judíos y otras minorías y fracasó. La tercera y
la cuarta generación de la Nakba recuerdan y se atreven más que sus
predecesores. Sobre las ruinas de varios pueblos se levantaron
campamentos de verano que luego fueron prohibidos. No hay un bisnieto de
refugiado que no conozca su pueblo ancestral. Una herida no reconocida
jamás sana.
¡Qué bueno sería si Israel hubiera tomado algunas
medidas simbólicas! ¡Qué hermoso sería si surgiera un Willy Brandt
israelí que se arrodilla, acepta la responsabilidad y pide perdón! ¡Y si
el país también se cubriera de signos conmemorativos de lo que fue y ya
no existe! ¡Qué bueno sería si Israel permitiera mañana a los
ciudadanos de la minoría conmemorar la tragedia como se debe, una de las
mayores catástrofes nacionales y actuales de la historia! O al menos
respetar su dolor.
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